lunes, 12 de noviembre de 2007

JÓVENES EN UN UNIVERSO PARALELO

Ayer se publicó un reportaje en el suplemento EPS (El País Semanal), titulado “40 sin 40”, del cual me gustaría destacar algunas reflexiones, por coincidir con las mías propias, y que me da pie para desarrollar otras en la misma línea.
En dicho reportaje se hace un breve retrato de 40 personas menores de esa edad que, pese a sus importantes contribuciones (tecnológicas, artísticas o culturales), en su mayoría “son unos perfectos desconocidos”. Y he aquí la explicación que se da en el reportaje: “La razón es muy sencilla. Todos ellos en países civilizados habrían aparecido en distintos programas de televisión. Aquí, no. La televisión ha elegido fomentar otro tipo de relevancia. La que es negocio para ellos. Jamás la dignificación de los que hacen bien su oficio o logran algún reto”.

Con este lenguaje diáfano y tajante se expresan los periodistas Luz Sánchez-Mellado, Quino Petit y Guillermo Abril, quienes pretenden ofrecer una visión de la juventud española bien diferente a la que suele aflorar en el medio de comunicación aludido, por lo que hemos de tener en cuenta que los protagonistas de ambas visiones existen: por un lado, los que todavía entienden qué es eso del respeto (a los demás, pero también hacia uno mismo) y la “cultura del esfuerzo”; por otro lado, los “hijos” del Gran Hermano, aquellos que cuentan y enseñan en los medios sus intimidades más retorcidas, sean reales o producto de la imaginación; los que graban palizas en sus móviles de última generación; los “pastilleros” y los nuevos alcohólicos (categorizados como alcohólicos de fin de semana), entre otros. En efecto, según los autores, estos últimos “son tan representativos de los menores de 40 años como los demás”.

Pues bien, en la creciente degradación del medio televisivo, son estos jóvenes los que predominan en la pantalla y, de este modo, los que quieren ser imitados por los todavía más pequeños (en el enriquecimiento y la obtención de fama de la manera más fácil posible y como único fin). Mientras tanto, los otros, los carentes de nombre y apellidos, luchan por unos objetivos situados ya en otra dimensión (la cultura y el arte, las letras, la ciencia...), por el saber, entendido como conocimiento profundo. Parece que estas personas formen parte de un universo paralelo, con el que no se puede interactuar en televisión; su no aparición en el medio, implica una negación de su existencia y acaban convertidos en “personajes de ficción”.

Relegados a este estatus, comienzan los problemas, las inseguridades, el desaliento, el “no me veo capaz”, de unas personas que no se sienten valoradas ni reconocidas. En el caso de los jóvenes universitarios, posiblemente la crisis sea más aguda, pareja a la que atraviesan las universidades españolas, con su “elevada” formación práctica y su “efectividad” para garantizar la integración rápida en el mundo laboral de sus alumnos.
Y digo que se agrava porque, hundidos en su anonimato, además han de hacer de su vida un chiste, aparentando lo que no son, en vistas de que no encuentran nada acorde a su preparación (o, si lo encuentran, insuficientemente compensado a nivel económico o de realización personal). Por ello, es paradigmático el caso que se expone en el reportaje, acerca de una chica que “había tenido que ocultar que tenía dos carreras para conseguir un puesto en una tienda de chuches”.

En definitiva, si la sociedad en su conjunto no aprecia ni compensa la valía de estos jóvenes, ni su esfuerzo diario, su ilusión y sus ansias de conocimiento y de formación constantes (en quien empieza, estos no terminan jamás), significa, sin duda, que vivimos en una sociedad esquizofrénica. Aquí los medios “todopoderosos” están haciendo mucho daño: están animando a los jóvenes a perseguir el triunfo inmediato, sin preparación alguna, pero, a su vez, critican algunos “productos” (llamémosles daños colaterales) que emanan de esa concepción que han creado, de ese espectáculo sin límites en el que todo vale y que tiene por premisa fundamental “es lo que el público quiere”. Esos “productos”, diríamos descarriados, que no demuestran interés por nada animado o inanimado, y que sólo piensan en que llegue el viernes para rozar el coma etílico, son precisamente eso porque han sido producidos. La sociedad no ha sabido enseñarles la satisfacción por aprender, por conseguir algo en lo que se ha empleado tiempo, dedicación y aliento; y no ha sabido mostrarles cómo en pos de todas estas metas siempre se siente uno vivo, a pesar de los fracasos. No necesita un atracón de pastillas rosas para evadirse.

Por todo esto, a los jóvenes que se mantienen en su particular “universo paralelo” y a los que discurren por el universo conocido, no les pidáis, como se expresa lúcidamente en el reportaje, “que se comporten con la misma fe en la humanidad que un señor para el que su único contacto con el mundo del espectáculo era la misa de los domingos”.

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